martes, marzo 01, 2011

"Primer día"

La María Elena Umaña, era una mujer con años, no recuerdo si tuvo hijos producto del amor, que seguramente compartió en su vida, como sea su compañero ya no estaba y los días festivos, eran más solitarios, para ella la fiesta comenzaba el día lunes, en el grupo escolar de la Av. Argentina en Chillán. Ya bordeando la jubilación y el merecido descanso, sin embargo la jovialidad y la dulzura de su mirada le rebalsaban. Su tranquilidad y paz le brotaban por los poros. La vocación le sobraba, ese concepto tan vapuleado que a veces parece hasta ridículo, pero que para ella y la mayoría de los profesores normalistas era una máxima intransable, otros tiempos de la educación, “tiempo pasado…”.
Ese día soleado de los primeros días de marzo, los rayos luminosos a las ocho de la mañana, se colaban por los ventanales de marcos de acero, tan enormes como los muros de los edificios de estas escuelas construidas en proyectos Corfo a comienzos de los años 60. Las lámparas colgantes parecían alas delta en el cielo, adornando las gruesas vigas de hormigón, de colores grises y celeste opaceos. De la mano de mi madre buscamos la sala de clases, aun no sabía lo que me esperaba, entrabamos a una y no, esas eran de niños más grandes; hasta que dimos con la que correspondía a los más infantes, el primero B, claro tenía que ser en el primer piso, los más pequeños no deberían subir o bajar escalas.
Fuimos al acto inicial, discursos y canciones que no me eran familiares, cada momento apretaba más la segura mano de la Hilda, ya a esas alturas sospechando que había que cortar esa unión férrea y segura que me mantenía cómodo, como si aun estuviera suspendido en el liquido amniótico. Definitivamente llegó el momento de entrar a la sala dejar mi “bolsón” de cuero café, con olor salino y los barnices típicos de suela curtida, con sus hebillitas aceradas de un incomparable brillo. Mi madre lo había guardado por varias semanas en el antiguo ropero, gozando con su olor a nuevo y esperando el día en que sería usado, no imaginaba que sería el compañero fiel de tantos años, aquel en el que llevaría los pertrechos para la “batalla del conocimiento”. Sabía que si mantenía mi bolsón colgando y aferrado a la mano de mi madre, todo estaría bien, pero cuando aparecieron los bancos, una mesita y silla de madera de color café oscuro y un orificio en la esquina de la plataforma, todas perfectamente ordenadas en tres filas dobles, las caras de mis compañeros tan asustados como yo, el pizarrón enorme frente a los bancos; algo no estaba bien, y el pánico empezó a hacer presa de mis emociones. Los recuerdos del Kínder en un colegio de curas, lleno de juegos y familiaridad, instalado en una antigua construcción de adobe y madera como parte de la congregación franciscana en otro barrio, no eran en nada parecido a esta mole de hormigón. (para escuchar sin interferencia colocar pausa al Mix pod del costado)

Los lentes de la profesora jefe la María Elena, tan acogedora como pacífica, parecían cada vez más grandes, su sonrisa recalcándome que jugaríamos con todos los compañeros y la pasaríamos muy bien, era casi una mueca y el llanto empezó a brotar como la autodefensa y el reclamo de que, no quería quedarme. Algo en mi espíritu, me decía que los años que venían de adiestramiento no serían los más adecuados en mi formación, el augurio de que no estaba siendo participe de la decisión y que no era justo cambiar tan bruscamente los juegos a la pelota y paseos al río con la pandilla del barrio, por los zapatos negros y el pantalón plomo, con un corbatín apretado, no era aceptable y mi reclamo se plasmó en un llanto desesperado, sin soltar a la Hilda por nada del mundo. Las bolitas eran una gran pasión, un juego que en otra ocasión, habría dejado mi terruño para siempre por seguirlas, pero esta vez sólo atiné a tirar lejos la caja llena de “polcas” (bolitas de vidrio) y bolitas de arcilla como un arcoíris de hermosos colores. Sólo quería volver a casa con la Hilda. Mi Profesora se mantenía impertérrita, a pesar que más de una vez le saqué de cuajo los lentes. Tuvieron que convencerme que mi hermano, ya cursando el sexto básico se quedaría conmigo en los recreos, tuvo que venir a prometerlo después que la María Elena había atacado con todo el material de trabajo en sus clases, las barritas de colores para pintar, pelotitas, relojes y bolitas de cristal, cartulinas, etc. La Hilda desapareció, seguramente esperando tras la puerta para ver hasta donde pataleaba su querubín, de a poco el llanto pasó y tuve que concurrir a mi asiento con los demás compañeros. Seguramente mi show, ya había sido muchas veces presenciado y ganado por esa experimentada maestra. Décadas después, compararía esta situación con una jineteada vista en directo en Puerto Ibañez, en el corazón de la Patagonia, donde conmemoraban incluso la muerte de un jinete experimentado que no pudo vencer los salvajes saltos de los corceles sureños. Para mi caso, la jinete calmò el arisco espíritu indomable que vive en mi naturaleza, si no hubiera sido por la ternura de sus ojos, la paciencia y la dulzura de sus tratos, simplemente no habría parado de sacudirme. Donde esté el angel de esta maestra de la vida infantil espero que descanse y sea feliz y que su espíritu siga iluminando las mentes de los pequeños como mi Eloisa, que mañana enfrentará este desafío, con algunas ventajas, tal vez, considerando conversaciones con ella en las que le he contado con detalles esta experiencia que aquí dejo, por lo que no sé si tengo más temor ahora que en ese mismo momento, pero como dice la sabiduría de la Hilda, asi es la vida, es la vida que te lleva, síguela que no te hará daño. Creo que es simplemente fundamental que la mano de los padres alcance a la de sus hijos en su primer día de colegio. Suficientemente grave es entrar a este regimiento de estructuras tan rígidas y convencidas que la educación es un adiestramiento de mentes para el consumo. Vamos Eloisa Guadalupe, juntos evitaremos que la naturaleza mal pensada de las aulas y los contenidos no supere el sentido común, el humor necesarios, el buen gusto y el inmenso amor que hemos construido junto a tus afectos. Lo mismo hicimos con Violeta y mañana vamos de nuevo.

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